Mar 24, 2012

Por qué no tengo televisor

Hace mucho tiempo antes de volver a Chile estaba considerando la posibilidad de deshacerme del televisor. Hace tiempo que el televisor me parece un especie de intruso en mi casa que viene a hablarme y mostrarme a mí y a mi familia cosas que no me interesan o que incluso me hacen daño. Sí, a veces viene a hablarme de cosas interesantes, pero siempre con la condición de que me quitará entre 10 a 15 minutos hablándome de propaganda inútil cada media hora. 

Cuando me comencé a hacer cada vez más consciente del efecto del maldito televisor en mi hija (sedentarismo, hipnotizada, programas de bajo nivel educacional y, por sobre todo, deseo de comprar cada cosa que aparecía en los comerciales), realmente me preocupé. Empecé a encontrar absurdo que quisiera pasar de media a una hora frente a una pantalla inmovilizada en vez de hacer algo útil (estar consciente de su entorno). Y, en realidad, no sólo me preocupé por ella. Me di cuenta que, finalmente, lo único que veía de manera más o menos seguida (las noticias) no hacía más que contaminar mi mente y bajonearme. 

Le mencioné la idea de vivir sin televisor al guachito varias veces, sin mayor resultado. Cuando llegamos a Chile, nos trajimos un antiguo televisor (que teníamos guardado entre nuestras pertenencias en Viña) a Chiloé. Desde el comienzo me desagradó la idea. 

Pero fíjense cómo funciona el universo: un día, a las pocas semanas de tenerlo, el televisor murió. Simplemente, murió. 

Hoy, la Aye no ve tele en absoluto, a no ser que estemos en la casa de algún amigo o familiar que lo tenga prendido, y tampoco lo extraña. Sí, vemos de vez en cuando una película todos juntos acurrucados en la cama, gracias a internet. No vive absolutamente desconectada: a veces se entretiene con alguno que otro juego en internet, o lee "Condorito" bajado desde una página web. No, no navega la red sola, y el computador no es una necesidad imperiosa en su vida.

Por mi parte, en vez de prender la tele cuando estoy aburrida, leo, escribo, sueño con mi futuro, escribo canciones, paso tiempo con mi guachito y mi Aye, y miro por la ventana. 



Mar 21, 2012

La envidia


A pesar de que soy una mujer orgullosa de sus logros, una mujer que intenta cada día crecer más, una mujer "activista", una mujer que ha creado y concretado muchos sueños, a veces -cuesta asumirlo- me surge una especie de envidia respecto a otros.

Uff.

El/Ella ha logrado más que yo.


El/Ella está tan claro/a en cuanto a su propósito en esta vida. ¿Por qué yo no?


El/Ella es más jóven que yo y tiene mucho más éxito (monetario, fama).


Me viene una especie de rabia, con la persona, y luego conmigo misma. Y a veces incluso me quedo un rato en esa sensación de disgusto personal, sintiendo que soy un bodrio por estar comparándome con otras personas. Es algo muy difícil de asumir y de contar, ya que no es fácil reconocer un punto que se considera 'débil'.


Reconozco también que hay algo muy humano en esto, y por eso no lo rechazo completamente, sino que intento tomarlo, mecerlo, y entenderlo. Y a la conclusión a la que llego siempre es la siguiente: La envidia es una muestra de falta de amor propio.


Ahora, esto no significa que no me quiero. Me amo de una manera muy profunda. Pero cuando entran estos pensamientos me doy cuenta que no estoy pensando en mí, en mi vida, en lo que quiero, ni en mis próximos pasos a seguir hacia mis sueños. No siento satisfacción con respecto a mí misma en estos momentos de comparación. No me amo en estos momentos, y entonces, difícilmente puedo amar al resto. Me olvido del poder personal y lo entrego al primero que cruza mi camino. Me olvido del presente, del amor universal, y de la esencia de la existencia. Dejo de existir.

Entonces, recuerdo quién soy. Recuerdo mis deseos y las acciones que estoy realizando para lograrlos. Recuerdo mi pasión y mi propósito en el mundo, que es entregar la desbordante cantidad de amor que tengo a todos quienes me rodean. Recuerdo que este es mi proceso de crecimiento, que es tan personal y que es único para cada uno de nosotros. Y recuerdo amar, bendecir, y continuar mi camino.

Así, nuevamente respiro, veo, y doy gracias por estar presente en el ahora.




Mar 13, 2012

Aprendiendo a amar


El otro día estuve conversando un rato con un caballero dueño de una librería espiritual, por decirlo de alguna manera. Su librería es como una tienda de golosinas para un niño para mi: me podría perder horas ahí saboreando cada uno de los dulces.


Conversamos un rato y en esos cortos 15 minutos, sentí nuevamente esa sensación de que cada pieza cae en su lugar y entiendo nuevamente el mundo, lo cual me sucede cuando estoy en una situación que me invita a abrir mi percepción y volver a la esencia de la existencia.


Una de las frases que me dijo el caballero se ha quedado conmigo por más de una semana... No es tanto que fue una frase impactante, novedosa, o siquiera revolucionaria para mi. Pero es una frase tan contingente, tan util para nosotros, tan importante de recordar, y tan presente en mi que sé lo revolucionario que sería si todos tomásemos consciencia de esto e intentásemos practicar una existencia más humana, de amor y perdón. Me dijo "Es tan fácil amar al prójimo cuando éste es aceptable para uno y a uno le agrada. El verdadero desafío es amar al que te daña, al que te desafía, al que te obliga a mirarte a tí mismo."


Una auténtica revolución personal nace de la habilidad de ponerte en las situaciones más difíciles, dicen. Esta es una de esas situaciones.


Antes de escribir este post, repasé el anterior, escrito en agosto del año pasado. Al repasar Los Cuatro Acuerdos de Don Miguel Ruiz destaco: "Nada que hagan los demás es por ti". Cuando tienes esto claro, puedes entregar el amor incondicional del universo sin rencor, sin temor, sin verguenza. 


Has vuelto a recobrar tu poder.